Los desechos alimentarios y la hambruna amenazan nuestro futuro

Luisondome

Unos niños almuerzan en Sudán del Sur.WORLD VISION
Hay un dicho en el ámbito del desarrollo internacional que merece la pena recordar: las guerras son difíciles de parar, las hambrunas no.


Comienza esta historia en cierto lugar costero de la pintoresca Sunderland, Inglaterra, que fue sede de una competición de triatlón muy reñida, que como es sabido es un deporte que implica la realización de 3 disciplinas deportivas, natación, ciclismo y carrera a pie, que se realizan en orden y sin interrupción entre una prueba y la siguiente. 


En la citada competición participaron 57 atletas, que tras la prueba, tiempo después, fueron víctimas de una ola de enfermedades y diarrea después de la carrera, dada la contaminación del lugar por las descargas de aguas residuales, en las aguas en las que tuvo lugar la prueba. 


Algo parecido sucede en el lugar donde resido, una zona de costa recogida en forma de fiordo que da al Atlántico, en la que periódicamente nos cierran las playas por contaminación de las aguas por E. Coli, procedente de los vertidos de aguas fecales a la Ría. Esto es solo un ejemplo, del daño que los desechos pueden causar, pero nuestros desechos nos dan muchos mas problemas, y todos ellos mas graves,




"Desechando" la verdad


Partamos de una base, dando algunos datos. El 10% de lo que comemos se convierte en desechos sólidos. En una semana, un adulto promedio genera alrededor de dos libras de caca (algo mas de 900 grs.), y cuatro galones de orina (algo mas de 15 litros). Y todo esto hay que llevarlo lejos de su lugar de origen y hay que tratarlo y que ponerlo a salvo, más o menos de inmediato, algo que no siempre se hace.


Supongamos que estamos en una ciudad  200.000 habitantes, que produce 25 toneladas de heces y 320.000 litros de orina al día. Si los descargamos en una piscina estándar de un tamaño medio de 25 metros de largo, 10 metros de ancho y 2 metros de profundidad, si depositamos en ella todos esos desechos humanos, desde luego que la llenamos. 


Todos estos desechos de aguas fecales van a las alcantarillas, una red de tuberías y estaciones de bombeo que los llevan a las plantas de tratamiento. Los desechos se tratan con productos químicos y filtros hasta que están lo suficientemente limpios como para ser liberados en el... río, en el lago, o en el mar, que no se que es peor, porque es en estos lugares donde nos bañamos, y si se trata de un río del que extraemos el agua que bebemos, verter en ellos aguas contaminadas es atentar contra la salud de las personas, teniendo en cuenta además que los ríos, playas y lagos son promocionados para atraer a los turistas, que suponen para nosotros una importante fuente de ingresos, que de esta manera ponemos en peligro.


En lo que respecta a las alcantarillas, la infraestructura necesaria para conducir las aguas fecales hacia las depuradoras, estas se han quedado anticuadas en buena parte de las ciudades, y son insuficientes para dar salida a todos esos residuos, en parte por el aumento de la población fija y de la de temporada en los lugares turísticos, y en parte por el aumento de lo que consumimos y desechamos.


Desde 1974, la población mundial se ha duplicado. Eso significa que la cantidad de desechos humanos que generamos en la Tierra también se ha más que duplicado, especialmente teniendo en cuenta que también aumentó la cantidad de alimentos que comemos ahora.


Ahora mismo:

  • 3.600 millones de personas, casi la mitad del mundo, no tienen acceso a servicios sanitarios gestionados de forma segura, y 494 millones de personas practican la defecación al aire libre.
  • 2 mil millones no tienen acceso a agua potable libre de aguas residuales. De ellas, solo 1.200 millones de personas cuentan con servicios básicos de agua potable.


Viendo un panorama más amplio de los residuos


Pero cuando hablamos de residuos, no nos referimos sólo a los desechos humanos. El desperdicio es mucho más amplio que eso. Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) representan sólo el 16% de la población mundial, pero producen el 30% de los desechos orgánicos del mundo. La preocupación por la superpoblación no es problema para la alimentación, al menos de momento, pues hay comida para todos.


El trayecto de los residuos orgánicos tiene su origen en la granja o en la explotación agrícola y llegan la mesa tras pasar por una serie de etapas intermedias. En este trayecto, paso a paso van los alimentos pasando por una serie de vicisitudes: Verduras que son descartadas por tamaño o forma, granos que se caen de las correas que los transportan, leche que se vuelve agria en tránsito, frutas que se pudren en los mostradores y carne estropeándose en su empaque. Incluso las comidas que se dejan sin consumir en casa, en muchos casos por superar la fecha de caducidad de su envase, van en buena parte al montón de basura estando aún en perfectas condiciones para ser consumida.


Según el Informe sobre el índice de desperdicio de alimentos 2021 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el 17% de la producción mundial de alimentos se desperdicia. De ellos, el 43% proviene de los hogares, el 26% de los servicios de alimentación y el 13% del comercio minorista.


Imagínese esto: uno de cada siete camiones cargados de alimentos frescos se desecha. Los camiones descargan, desempacan las cajas, abastecen los estantes y luego los vacían en la basura.


Un hecho es cierto: cuanto más comemos, más tiramos. El desperdicio de los países ricos casi equivale a toda la producción neta de alimentos anual del África subsahariana. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) muestra que en 2023, más de 345 millones de personas se enfrentarán a una inseguridad alimentaria grave y hasta 783 millones de ellas pasarán hambre. Finalmente, aproximadamente 9 millones de vidas sucumben al hambre cada año, incluidos 3,1 millones de niños.


Esto es moralmente inadmisible, dado que un tercio de los alimentos se pierde o desperdicia en todo el mundo, los alimentos no consumidos y desechados podrían alimentar a dos mil millones de personas, más del doble del número de personas desnutridas existentes en todo el mundo.


Los datos y las cifras son desalentadores. A pesar de los grandes avances en la lucha contra el hambre y la pobreza en la última década, la inseguridad alimentaria aguda se dispara actualmente en toda África. El Programa Mundial de Alimentos y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación calculan que 66 millones de personas en solo 14 "puntos calientes" africanos se enfrentan a niveles de inseguridad alimentaria de crisis, emergencia o catástrofe. En África Occidental (en países como Burkina Faso, Chad, Malí, Níger y Nigeria), 23,6 millones de personas se enfrentarán a niveles de crisis de hambre en la próxima temporada de escasez (junio-agosto), lo que representa un aumento del 250% respecto a las cifras de hace solo dos años. La situación es igualmente alarmante en África Oriental y Central (incluyendo la República Democrática del Congo, Etiopía, Somalia, Sudán del Sur y Sudán), donde 54,8 millones de personas en 10 países sufren inseguridad alimentaria grave y necesitan ayuda urgente.




Más allá de los platos: las consecuencias medioambientales de los residuos


El desperdicio de alimentos no es simplemente una cuestión social; también es una crisis medioambiental. La comida que tiramos no desaparece simplemente; genera metano a medida que se pudre en los vertederos, un gas de efecto invernadero incluso más potente que el CO2. El desperdicio de alimentos en los vertederos es responsable de aproximadamente el 8% de las emisiones globales de metano. O si el desperdicio de alimentos fuera una nación, esta se situaría como el tercer mayor productor de dióxido de carbono a nivel mundial, sólo por detrás de Estados Unidos y China.


Pero las cuentas no acaban aquí, pues desechar alimentos significa desechar los recursos, el tiempo y la energía invertidos en su producción. Por ejemplo, la agricultura consume el 70% del suministro de agua mundial, por lo que el desperdicio de alimentos se convierte en una importante pérdida de recursos de agua dulce y subterránea, bien sea por el riego inadecuado, bien sea por la sobre-explotación de los acuíferos. Visto de otro modo, anualmente el agua utilizada para producir alimentos no consumidos equivale a tres veces el agua del lago Lemán en Suiza (que contiene alrededor de 21 millas cúbicas de agua). ¿Deshacerse de sólo un kilogramo de carne de res? Eso es desperdiciar 25.000 litros de agua que se utilizaron para criar esa carne. Del mismo modo, verter un litro de leche por el desagüe es como arrojar más de 1.000 litros de agua por el mismo agujero.


Si echamos las cuentas de la superficie dedicada al cultivo, vemos que alrededor de 13.800 kilómetros cuadrados (más que el tamaño de Qatar), mas o menos un tercio de toda la superficie agrícola mundial, se  dedican a cultivar alimentos que eventualmente se desperdician.




Tomar medidas contra el desperdicio de alimentos


No puedo decidir si debería sentirme más deprimido o más esperanzado por esto: nuestros residuos globales, en muchos sentidos van parejos a nuestras necesidades. Vivimos en una era en la que puedo comprar unos zapatos en un almacén chino y tenerlos en la puerta de mi casa en cualquier parte del mundo en unos pocos días. Entonces, no me digan que redistribuir alimentos a nivel mundial y llevarlos a donde se necesitan es un sueño imposible. Solo habría que crear una nueva cadena de suministro que sirva a tal efecto, sabiendo de antemano que el beneficio obtenido con solo esta medida sería muy superior que el coste que supondría llevarla a término.


Pero la verdad es otra, y es desgarradora: nuestros desechos traen tragedia. Mientras que casi mil millones de personas se van a la cama con hambre todos los días, otros mil millones desperdician conscientemente suficiente comida para alimentarlos. Estamos jugando a un juego arriesgado, manteniendo el equilibrio al borde de superar los puntos de inflexión críticos de los sistemas de nuestra Tierra con respecto a los alimentos que son destinados en principio para el consumo, pero que terminan en la basura. Piénselo: innumerables recursos, como los 10.000 pollos que murieron en una ola de calor de 40°C en el Reino Unido, que trabajaron duro engordando y poniendo huevos durante sus breves vidas, sólo para que nosotros los desperdiciemos.


Y al final somos nosotros quienes pagamos el precio. Esa comida a medio comer en la basura: ¿por qué pusimos todo ese esfuerzo en plantar, nutrir, cosechar y transportar? Trabajamos incansablemente diariamente para mantener la cadena de suministro global en movimiento, y todo para descartar el 40 por ciento de lo que logramos. Todo este tiempo estamos creando cosas sólo para desecharlas. Cuando los alimentos terminan en el vertedero, no solo desperdiciamos calorías, sino vidas. 


Ahora, podemos preguntarnos si es así como realmente queremos vivir, si podemos alinear lo que producimos con lo que realmente se necesita. Si así lo hiciéramos, si seríamos capaces de conservar los recursos naturales y de reducir los residuos.


La respuesta es si, claro que podemos hacerlo. Si gestionamos mejor el desperdicio de alimentos, sería mucho más manejable aumentar la producción de alimentos en más de la mitad para satisfacer las demandas futuras de la población. Es posible que las frutas deformes o “feas” no se vean perfectas, pero aún así son alimento. Si bien comprar al por mayor puede parecer rentable, si ello conlleva a que se desperdicien mas alimentos, es una economía falsa. El ahorro de dinero nunca debe realizarse a costa del desperdicio de alimentos.


En la gran lucha por acabar con este desperdicio, cada paso cuenta. Desde los campos hasta nuestros hogares, depende de nosotros tomar decisiones que respeten tanto nuestros alimentos, como a las personas que podrían beneficiarse de ellos. Al abordar el desperdicio, no solo ahorramos comidas: ahorramos recursos, energía y nuestro futuro compartido no sería un desperdicio de mierda, sino uno uno evitable que nos daría un porvenir mas sostenible.


Fuente: https://www.fao.org/3/bb144e/bb144e.pdf

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