La lucha contra el cambio climático y la protección de la biodiversidad: ¿lo estamos haciendo bien?

Pancarta con la leyenda ‘El capitalismo mata nuestro futuro’ en una manifestación de Fridays for Future en Berlín el 20 de septiembre de 2019. Shutterstock / anokato
Catalina M. Torres Figuerola, Universitat de les Illes Balears; Ivan Murray Mas, Universitat de les Illes Balears y Joan Moranta Mesquida, Instituto Español de Oceanografía

El crecimiento económico perpetuo, necesario para mantener las sociedades capitalistas actuales, exige un consumo continuado y cada vez mayor de materiales y energía. De él se derivan no solo grandes cantidades de residuos y emisiones, sino también importantes desigualdades sociales y una vulneración de derechos fundamentales que han afectado mayoritariamente a los países del sur global.

Como resultado de este crecimiento, se ha transformado profundamente el planeta. Esto ha provocado múltiples problemas ambientales a nivel mundial que nos han llevado a traspasar algunos de sus límites biofísicos y acercarnos a otros. Hemos alterado el equilibrio ecológico planetario, poniendo en riesgo el mantenimiento de la vida en la Tierra tal y como la conocemos hoy.

La relación entre el cambio climático y la biodiversidad

El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son dos de los límites biofísicos planetarios que ya hemos traspasado. Se erigen, por tanto, como dos de los mayores retos ecológicos que debe afrontar la sociedad actual.

Son muchos los investigadores que nos están avisando de las peligrosas consecuencias del cambio climático y sus impactos acumulados para los ecosistemas terrestres y acuáticos y los sistemas humanos que de ellos dependen.

Por otra parte, los científicos nos advierten de que los ecosistemas se están deteriorando a un ritmo sin precedentes. Aproximadamente un millón de especies se encuentran hoy en peligro de extinción. Este declive va a llevar a efectos múltiples y multidimensionales en cascada que derivarán en variaciones drásticas en la dinámica y funcionamiento de los ecosistemas.

Estos límites biofísicos son interdependientes. Por tanto, si no se reduce la emisión de gases de efecto invernadero en el tiempo requerido, el cambio climático acentuará todavía más el colapso biológico llevando a una pérdida de biodiversidad a escala global que se estima catastrófica.

La acción global

El cambio climático y la pérdida de biodiversidad se acentuaron tras la II Guerra Mundial en un contexto de crecimiento económico exponencial sin precedentes. Para afrontarlos, hace más de treinta años se inició una agenda de sostenibilidad a escala internacional. A partir de ella, han surgido las siguientes iniciativas:

No obstante, la evidencia nos muestra que los compromisos políticos adquiridos por los países en el marco de las conferencias de las partes tanto sobre cambio climático como sobre biodiversidad no han dado sus frutos.

Las emisiones han seguido creciendo. Solo se han visto interrumpidas en momentos de colapso de la economía global, como los originados por la crisis del petróleo de finales de los 70 del siglo pasado, la crisis financiera de 2008 o el confinamiento por la covid-19. Y las especies continúan desapareciendo exponencialmente.

El porqué del fracaso

En dos estudios recientes, analizamos el fracaso de las agendas globales para el clima y la biodiversidad. Explicamos que se debe al hecho de que las políticas que proponen estimulan un desarrollo sostenible basado en el crecimiento económico. Asumen que el llamado crecimiento sostenible, verde o azul, es esencial para luchar contra el cambio climático y proteger la biodiversidad.

Se cree que el crecimiento incentiva mejoras de eficiencia tecnológica que, a su vez, permiten disminuir el consumo de materiales y energía, así como la generación de residuos y emisiones. Algo largamente desmentido por la evidencia científica.

Esta falsa creencia ha resultado en políticas demasiado optimistas hacia las soluciones tecnológicas y los instrumentos de mercado que ignoran aspectos sociopolíticos relevantes que se encuentran en la raíz del problema. Esto ha llevado, por una parte, a limitar la política climática a la “descarbonización” de la economía y la adaptación al cambio climático. Y por otra, a construir la política de biodiversidad sobre los postulados de la economía convencional en torno al llamado uso sostenible de la diversidad biológica, el mantenimiento de los servicios ecosistémicos, el valor económico del capital natural y la contribución de la naturaleza a la actividad económica, que lleva a su mercantilización.

Dichas agendas políticas fracasan en la protección del clima y la biodiversidad, pero han sido funcionales y exitosas para la reproducción del capital. No han implicado prácticamente ninguna fricción desde su irrupción en 1992.

Necesitamos una estrategia de decrecimiento sostenible

La evidencia científica deja claro que el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, así como el resto de problemas ambientales globales, a los que se ha sumado recientemente la pandemia de la covid-19, son resultado de la expansión de la actividad humana, espoleada por la búsqueda incesante del crecimiento económico ilimitado que promueve el capitalismo.

Ante esta situación, es urgente y necesario apostar por una estrategia de decrecimiento sostenible encaminada a reducir el deterioro de los recursos naturales y ecosistemas planetarios. Sólo así podrá garantizarse, entre otros, la efectividad en la lucha contra el cambio climático y en la conservación de la biodiversidad.

Estas metas pueden lograrse promoviendo actividades socialmente responsables y respetuosas con el medio ambiente, eliminando o reduciendo las perjudiciales y formulando nuevos objetivos de prosperidad compartida sin crecimiento. Algunas de las muchas actividades que podrían llevarse a cabo en el marco de una estrategia global de decrecimiento sostenible son las siguientes:

  • desarrollar una transición energética justa,

  • disminuir la generación de residuos mediante el rediseño de los procesos de producción para facilitar la reutilización y el reciclaje de los componentes de los productos,

  • prohibir la obsolescencia programada,

  • mejorar la gestión de los recursos y espacios naturales en pro de su preservación y mejora,

  • promocionar la agroecología, la ganadería ecológica y la pesca artesanal selectiva,

  • potenciar el transporte público colectivo de emisiones cero,

  • rehabilitar y mejorar las viviendas vacías y la arquitectura vernácula y bioclimática así como los servicios de cuidado, salud y educación.

Las actividades como estas deberían plantearse bajo un orden socioeconómico radicalmente distinto al capitalista, que no persiga la expansión perpetua sino el buen vivir para todos en un planeta finito.The Conversation

Catalina M. Torres Figuerola, Profesora Titular del Departamento de Economía Aplicada, Universitat de les Illes Balears; Ivan Murray Mas, Profesor contratado doctor, Universitat de les Illes Balears y Joan Moranta Mesquida, Científico Titular en Biología de la Conservación, Instituto Español de Oceanografía

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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