Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Alemania, las renovables y los mitos» (pdf), y utiliza el caso alemán como ejemplo de una transición energética con sentido, en lo que es sin duda una de las evoluciones tecnológicas más relevantes de la historia.
El ejemplo alemán es criticado a menudo pretendiendo que el abandono de la energía nuclear fue tomado como una decisión supuestamente histérica, como un producto del pánico ante el desastre de Fukushima en 2011, la realidad es que el movimiento antinuclear en Alemania tiene una muy larga historia y profundas raíces en la sociedad germana.
El cierre de la última central nuclear en el país este año y la fortísima y unívoca apuesta por las energías renovables es, simplemente, una decisión consciente y bien informada, derivada del hecho de que ningún análisis de rentabilidad recomienda ya la energía nuclear, convertida en una forma de transferir dinero público a contratistas privados, y de los continuos descensos de coste e incrementos de eficiencia de las renovables.
En ese sentido, el ejemplo alemán contrasta con el de Francia, que pretende – si obtiene inversores para ello, cosa que está por ver – llenar de centrales nucleares el país, generando un grave problema de residuos y un evidente peligro potencial no solo para su país, sino también para sus vecinos. En el modelo alemán, aunque el mito afirma que el país ha tenido que elevar su consumo de carbón debido a la eliminación de las nucleares de la ecuación, la realidad y los datos dicen algo muy diferente: la inversión en solar y eólica ha llevado a Alemania a encabezar el ranking de países en función de la contribución de las renovables al suministro total, con un 46% en el año 2021, la fuente más significativa y con mayor crecimiento. Una contribución consistente y creciente a lo largo del tiempo, y que ha dado lugar, contrariamente a lo que dice el mito, a un descenso cada vez mayor del consumo de carbón y a una reducción muy significativa de sus emisiones. En 2013, el carbón suponía el 45% de la generación eléctrica, en 2020 ha pasado a ser un 24%.
Ahora, a raíz del conflicto ruso, Alemania ha acelerado el abandono de los combustibles fósiles desde el plan original con final en el año 2038 al 2035, y con posibilidades reales de adelantarlo al año 2030. Esto llevaría a Alemania a obtener la totalidad de su energía de fuentes renovables en un plazo récord, y a convertirse en la primera gran economía mundial en lograrlo. La invasión de Ucrania ha llevado a cada vez más países a darse cuenta de que la forma de derrotar a Putin y a otros autócratas de naciones basadas en el petróleo es mediante la inversión en renovables, y que eliminar la dependencia europea del petróleo y el gas rusoes algo que puede hacerse en menos tiempo de lo que parece.
Obviamente, esto exige cambios. En primer lugar, Alemania planea dedicar el 2% de su territorio a parques eólicos, lo que implica que los alemanes deberán acostumbrarse a ver aerogeneradores, y que las protestas por su ubicación son, simplemente, un problema de nostálgicos incapaces de ver la importancia del tema. Además, el país está llevando a cabo importantes inversiones en eólica marina y en parques solares, y es líder en instalaciones domésticas de paneles y de baterías. De nuevo, otro mito que cae: es perfectamente factible abastecer a un país mediante energía solar, eólica y baterías manteniendo el precio de la electricidad a niveles competitivos, y la dependencia del clima no tiene por qué significar problemas de suministro.
Los datos son los datos: por mucho que pretendan algunos que el abandono de las nucleares ha sido un desastre, que Alemania quema carbón sin parar y que tiene que importar energía de otros países, la realidad es que el país está en el buen camino para ser la primera economía del mundo en abandonar los combustibles fósiles, consume cada vez menos carbón, reduce consistentemente sus emisiones, y es un exportador neto de electricidad. Como modelo de transición energética, modélico. Caro, por supuesto, pero si te parece demasiado caro, espera a ver el precio de no hacer nada…
El artículo original se puede leer en el Blog de Enrique Dans
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