Sed de desarrollo: El liderazgo del Sur Global desde el G20 hasta la COP30
Agricultura y Clima
Desde 2007, los recurrentes aumentos repentinos de los precios de los alimentos revelan que el hambre es un problema de diseño de mercado y de falta de inversión, no de escasez. Con la COP30 de Brasil en el horizonte, alinear los compromisos climáticos con los sistemas alimentarios podría consolidar el margen de maniobra política para gestionar los mercados y promover el derecho a la alimentación.
Por Orsola Costantini y Nerissa Muthayan
En 2007, por primera vez en 40 años, el mundo amaneció con más hambre que el año anterior. El alza desmedida de los precios de los alimentos provocó disturbios y la inseguridad alimentaria se convirtió en una emergencia política global. La ONU lideró el diálogo sobre la reforma de los mercados de materias primas, la creación de reservas alimentarias y el fortalecimiento de los sistemas alimentarios en los países más pobres del mundo, y elaboró planes ambiciosos para abordar las causas estructurales del hambre mundial. El G8 y el G20 siguieron esta línea, defendiendo principalmente el conocido discurso de la «eficiencia» del mercado global en lugar de la reforma. Parte de este impulso se debió a la inclusión de la seguridad alimentaria entre las prioridades del G20, la creación del Grupo de Trabajo Agrícola del G20 en 2011 y el lanzamiento del Sistema de Información de Mercados Agrícolas (AMIS). Sin embargo, el papel del G20 en el debate consistió principalmente en bloquear todas las políticas transformadoras, a cambio de compromisos de financiación que aún no ha cumplido. [1] Con las discrepancias prolongándose, tan pronto como los precios parecieron estabilizarse, también lo hizo la sensación de urgencia. En definitiva, ni el G20 ni la ONU cumplieron sus promesas posteriores a 2007 de reformar los mercados de materias primas, crear reservas alimentarias y fortalecer los sistemas alimentarios en los países más pobres del mundo.
Avancemos rápidamente a 2022: una nueva crisis, precios más altos, mayor vulnerabilidad y una respuesta global más débil. Esto no fue casualidad. Las mismas instituciones que antes priorizaban la eficiencia sobre la equidad dominan hoy el debate, insistiendo en que la volatilidad del mercado es «natural» y que los gobiernos deberían limitar su intervención a las emergencias. El resultado es un sistema que estabiliza las ganancias, no los precios.
Este fallo sistémico ha coincidido con un contexto geopolítico cambiante. La globalización se está fracturando y el sistema de la ONU atraviesa una crisis existencial. Pero también coincidió con el primer ciclo de presidencias del Sur Global en el G20: India en 2022/23, Brasil en 2023/24 y Sudáfrica en 2024/25. La acción diplomática de estos tres países, centrada coherentemente en el desarrollo y la seguridad alimentaria, ha propiciado la inclusión progresiva de importantes conceptos de desarrollo en los documentos del G20, en un contexto geopolítico complejo y sin el apoyo de otras organizaciones internacionales que se había observado entre 2011 y 2013.
Estas presidencias no lograron grandes avances en términos de acciones concretas, pero sí transformaron el debate, ampliando el marco de discusión más allá de la liberalización del comercio y la respuesta a emergencias. La cooperación Sur-Sur también cobró impulso práctico, al estudiar los países las instituciones y estrategias de los demás, cumpliendo así el propósito para el que se creó el G20: aprender e incorporar a la agenda global las experiencias exitosas de sus diversos miembros.
Las raíces estructurales del hambre
La narrativa dominante considera las crisis alimentarias como resultado de perturbaciones temporales y exógenas —sequías, conflictos, pandemias— y supone que los mercados comerciales y financieros las resolverán mediante la dinámica de la oferta y la demanda y el comercio de futuros. Sin embargo, la evidencia demuestra lo contrario. La liberalización del comercio ha concentrado la producción de cultivos básicos en unas pocas regiones; la financiarización ha convertido los alimentos en un activo especulativo, lo que ha generado mayor especulación y volatilidad de precios; y las políticas de austeridad han mermado la inversión pública en agricultura, redes de protección social y desarrollo rural.
La volatilidad actual no es producto de la naturaleza, sino de la planificación. Los mercados de materias primas, poco profundos y oligopólicos, amplifican las perturbaciones. Las fluctuaciones cambiarias encarecen las importaciones para los países más pobres. Y la especulación financiera genera ciclos de auge y caída ajenos a la oferta y la demanda reales. Al mismo tiempo, décadas de contención salarial y falta de inversión, tanto en países desarrollados como en desarrollo, han limitado la capacidad de estos países para construir mercados internos resilientes.
Estos desafíos estructurales se suman a la conocida dificultad de conciliar la seguridad alimentaria con los objetivos de desarrollo. En particular, el aumento de la productividad de los trabajadores agrícolas debe evitar el desplazamiento laboral que no pueda ser absorbido por los sectores industriales. Por ello, estos planes se implementan mejor a nivel regional, mediante la planificación colectiva y una expansión fiscal coordinada en todos los países socios.
En resumen, el hambre mundial no es un problema de disponibilidad de alimentos, sino un problema de desarrollo. Y el desarrollo requiere coordinación pública, políticas fiscales activas y margen de maniobra para que los países gestionen los mercados, no solo reaccionen ante ellos.
El despertar del Sur Global
En este contexto, las recientes presidencias del G20 del Sur Global —India, Brasil y Sudáfrica— han tratado de redefinir el discurso dominante.
Por supuesto, fue un proceso. India aprobó los Principios de Alto Nivel del Decán, pero no logró consenso sobre su propuesta de declaración, que reflejaba su propia visión de la seguridad alimentaria como parte de un enfoque económico global centrado en el desarrollo y en el ser humano. En cambio, la Declaración de Mato Grosso de Brasil sí consiguió un acuerdo unánime sobre un marco orientado a la justicia, que hacía hincapié en la igualdad, el desarrollo y el derecho a la alimentación.
En 2025, Sudáfrica profundizó en este enfoque al crear un Grupo de Trabajo del G20 sobre Seguridad Alimentaria, centrado en la estabilidad de los precios de los alimentos. Por primera vez en un documento del G20, las conclusiones del Grupo de Trabajo reconocieron desafíos específicos para el desarrollo, como el impacto del riesgo cambiario en la inseguridad alimentaria, e introdujeron el enfoque agroecológico en la agricultura, destacando soluciones sostenibles y adaptadas a las necesidades locales. En conjunto, estas medidas señalan una visión más amplia de la seguridad alimentaria, que incluye el desarrollo, la justicia, la resiliencia y la capacidad de acción local. Además, por primera vez, el lenguaje del G20 reconoció explícitamente que la producción nacional y la coordinación regional son tan vitales como el comercio para garantizar la seguridad alimentaria. Los resultantes Enfoques Ubuntu para la Seguridad Alimentaria y la Volatilidad Excesiva de los Precios marcan un cambio sutil pero significativo, que refleja cómo los países ahora afirman explícitamente la seguridad económica nacional, lo que se traduce en una participación activa del mercado público en diversos sectores.
Pero el camino hacia el desarrollo sostenible y el hambre cero sigue siendo largo, y varios obstáculos impidieron que el G20 adoptara una postura más firme.
El Grupo de Trabajo del G20 sobre Seguridad Alimentaria: qué funcionó y qué no
Centrarse en la estabilidad de precios parecía una medida lógica para la presidencia sudafricana del G20. Los recientes repuntes de la inflación alimentaria han tenido graves repercusiones económicas y sociales, tanto en economías desarrolladas como en desarrollo. Además, la estabilización de los precios tiene el potencial de armonizar los intereses de los países importadores y exportadores netos de alimentos —ambos representados en el G20— al proporcionar una mayor previsibilidad de los costos y los ingresos. Por último, para lograr avances significativos en este ámbito se requiere coordinación global, lo que convierte al G20 en un foro idóneo.
Sin embargo, el tema pronto se volvió polémico. Los estudios de antecedentes encargados produjeron diagnósticos y recomendaciones de política muy diferentes, reflejando la división entre los miembros del G20 (FAO , de próxima publicación ; UNCTAD , de próxima publicación ; Weber et al., 2025 ). [2]
Las economías desarrolladas se resistieron a las propuestas de regular los mercados de materias primas, frenar la especulación o respaldar reservas estratégicas más allá de las reservas humanitarias, lo que pone de manifiesto la persistente desigualdad de las normas. Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y otras economías desarrolladas mantienen reservas públicas, apoyan la producción nacional e intervienen en los mercados cuando es necesario para garantizar la seguridad alimentaria y la estabilidad de los ingresos rurales. Sin embargo, muchas de ellas siguen calificando la gestión activa de los precios de los alimentos como «ineficiente», mientras que utilizan políticas fiscales y subsidios para asegurar su propia resiliencia agrícola. Esta hipocresía perpetúa la dependencia: se insta a los países en desarrollo a abrir sus mercados, pero no a estabilizarlos.
Cabe destacar que el proceso del G20 parece haber generado un debate en Sudáfrica y en la región de la SADC, por ejemplo, sobre la creación de una reserva estratégica de maíz blanco (IEJ 2025). Este debate se enriqueció significativamente gracias a los intercambios con las delegaciones brasileña e india del G20 sobre sus propias experiencias, lo que otorgó un significado más pragmático a la Alianza Mundial del G20 contra el Hambre y la Pobreza —impulsada por Brasil durante su presidencia— como repositorio de prácticas y plataforma para el intercambio de conocimientos.
Agroecología: El puente hacia la COP30
Si bien persiste la incertidumbre sobre el próximo paso del G20, bajo la próxima presidencia de Estados Unidos, la COP30, liderada por Brasil, podría convertirse en un momento crucial para impulsar la seguridad alimentaria. Se espera que esta COP se centre en acelerar lo que ya funciona, en lugar de grandes declaraciones o nuevas promesas, y que los sistemas alimentarios y la agricultura finalmente ocupen un lugar prioritario en la agenda climática. La agroecología, relegada durante mucho tiempo por considerarse demasiado especializada o idealista, emerge ahora como el puente entre las crisis climática y alimentaria, alineando resiliencia, sostenibilidad y desarrollo. Integrar la agroecología en la próxima ronda de compromisos climáticos (NDC 3.0) podría finalmente conectar los puntos entre clima, hambre y justicia. Pero para lograrlo, es necesario aplicar las lecciones del reciente ciclo del G20: estabilidad de precios, cooperación regional y margen de maniobra política para los países en desarrollo. Y, sobre todo, esto requerirá un liderazgo y una coordinación firmes entre los países del Sur Global.
Conclusiones: Hacia una visión alternativa
Hoy, mientras regiones y países se repliegan sobre sí mismos en busca de seguridad, las profundas desigualdades globales siguen condicionando los resultados económicos. Los países en desarrollo se enfrentan a desafíos estructurales y siguen dependiendo tecnológica y financieramente de las economías desarrolladas. El enfoque desarrollista de la seguridad alimentaria aborda estas causas estructurales, pero requiere coordinación global y la materialización de un marco económico global alternativo: un sistema de regionalismos coordinados que respete la seguridad nacional y, a la vez, garantice la creación de una demanda global sostenible, asegurando así el desarrollo y la seguridad alimentaria para todos.
Los avances en la inclusión de algunos de estos conceptos en los documentos del G20 sugieren que es posible trabajar colectivamente para alcanzar dicha visión. Junto a la importancia de un liderazgo sólido del Sur Global, recae la responsabilidad del Norte Global de impulsar resultados equitativos y sostenibles. Esto implica no solo la voluntad de renegociar normas globales, como las que rigen la propiedad intelectual, sino también un cambio en la política económica, abandonando las estrategias centradas en las exportaciones y la contención salarial interna.
La alternativa es caer en un caos de potencias rivales, en el que aumentaría la vulnerabilidad de los países en desarrollo, pero también la exposición de las economías desarrolladas a la volatilidad de la oferta y los precios de las materias primas y a la baja demanda mundial, lo que conduciría a un crecimiento lento y a una mayor desigualdad en todas partes.
Apuntes:
[1] Por ejemplo, en 2009, el G20 solicitó al Banco Mundial que creara un fondo fiduciario para ayudar a implementar los compromisos de L'Aquila asumidos por los líderes del G8 en julio de 2009, con un desembolso de 20 mil millones de dólares en tres años, y así se lanzó el Programa Mundial de Agricultura y Seguridad Alimentaria (GAFSP) en 2010. Hasta ahora (2025), el fondo solo ha recaudado 2.4 mil millones de dólares (entre los países del G20 y los donantes privados).
[2] El Grupo de Trabajo del G20 sobre Seguridad Alimentaria encargó tres estudios, dos de los cuales aún no están disponibles públicamente: (1) Factores macroeconómicos mundiales y factores clave que afectan la volatilidad de los precios mundiales de los alimentos, los precios nacionales de los alimentos, la asequibilidad y la accesibilidad a los alimentos (FAO); (2) Exploración de la viabilidad de diversas técnicas de estabilización de precios de productos básicos a nivel regional y mundial (UNCTAD); (3) Estabilización de los precios de los alimentos en una era de emergencias superpuestas: el caso de las reservas de protección multinivel (UMass Amherst).
*Ambos autores trabajan en el Instituto para la Justicia Económica (IEJ), un centro de estudios económicos progresistas con sede en Johannesburgo, y participaron en las negociaciones del Grupo de Trabajo sobre Seguridad Alimentaria del G20 como socios de recursos de la Presidencia sudafricana.
El artículo original se puede leer en inglés en Institute for New Economic Thinking (INET)
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